sábado, 30 de junio de 2018

Argentina-Francia, Mundial Rusia 2018. Una eliminación entre la pena y lo obvio: con Messi o sin él, se impone una nueva era

AZÁN, Rusia.- Desfigurada por un adiós que llegó demasiado pronto, la selección escribió su final en el Mundial Rusia 2018 con una letra borroneada, hija del andar errante de quienes la pulsan. Tenía razón Jorge Sampaoli ayer, cuando anticipó que sería el juego, y ya no el coraje, el eje del partido.
Y Francia tuvo mucho más de eso que la Argentina, incluso para reponerse de un impensado 2-1 en contra al principio del segundo tiempo. Fue Kylian Mbappé el protagonista de la película y no el otro 10 que habitó la cancha, aquel al que la selección se encomienda desde hace años para disimular sus fallas estructurales. Y no hubo un Lionel Messi épico esta vez sino uno mucho más terrenal, con los altibajos que marcaron su camino en su cuarto Mundial. ¿El último de su vida? Difícil saberlo ahora, cuando el dolor de la eliminación lo cubre todo.
Lo que no tapa esta derrota es lo obvio: al final, este deporte es tan lógico que aquí ganó el mejor de los dos. El que tocó todas las teclas posibles mejor que su rival: jugó, corrió, luchó y encima goleó. Ganó el más armado, el que tuvo tanta resiliencia como había tenido la Argentina el martes para levantarse y salir adelante. Pero Francia no es Nigeria, qué duda cabe. Y lo peor, Argentina no sabe bien quién es. ¿Activará este cachetazo prematuro el adiós a la selección de lo que queda de una generación ilustre, la de las tres finales consecutivas? Todo indica que ahora sí llegará el tiempo de la refundación.
El partido respetó el guion de Francia en el primer tiempo: el gol de penal de Griezmann fue la consecuencia de una corrida de Mbappé, todo lo que los galos querían y la Argentina no. Era una contienda entre uno que amenzaba con la velocidad de su jóvenes contra el paso lento de los veteranos que eligió Sampaoli para dictar el juego en el medio. Y así, con el 1-0 a favor, Francia se sentía cómoda, lista para dar un golpe más, que bien podría haberlo asestado el chico de 19 años, la figura excluyente del partido, una mezcla de fuerza, velocidad y gol. Una joya.
El gol de Di María llegó en el único momento de la etapa en que él y Pavón invirtieron su posición. Era esa la manera de que los dos tuvieran el perfil adecuado para patear. Es que la propuesta de Sampaoli de jugar con dos extremos era bueno para buscar abrir pasillos por el centro, pero para aprovecharlos hacía falta que los volantes pisaran más el área. Y no son Pérez y Banega los adecuados para esa función. Por eso, el golazo del rosarino -otra vez en octavos de final, como contra Suiza hace cuatro años- actuó como una inyección de oxígeno para la selección, que no había disfrutado nada la tarde cálida de Kazán. Fue, también, una invitación a que resurgiera la canción oficial de los hinchas, la que se ufana de tener "a Messi y Maradona".
El capitán se había pasado el primer tiempo moviéndose para encontrar el espacio y la pelota. De lo primero, poco y nada: Kanté no lo abandonaba nunca. De lo otro, algo más, pero al precio de retroceder demasiado para conseguirla. Así, el experimento del "falso 9" pensado para el 10 se estaba sacando un 4. Con el 1-1 y el final de la etapa, podía pensarse que Sampaoli iba a revolver en el banco para mandar a Higuaín o Agüero; pero no: el entrenador decidió quitar a Rojo, que ya tenía una amarilla después de penar con Mbappé, y colocar a Fazio, que no tenía minutos en el Mundial.
En ese reacomodo estaban cuando se desató la catarata de goles, un sube y baja de emociones, un desquicio para la táctica y todo aquello que los entrenadores pretenden controlar. La Argentina pasó del 2-1 a favor al 4-2 en contra en mucho menos de lo que tarda uno en armar las valijas para volver a casa. Por Mbappé, claro, una gacela imposible de defender. Pero también porque la selección, aturdida por los tres golpes en continuado, apenas tuvo respuestas para volver a levantarse. Queda en la retina el gol de Agüero en el descuento y ese centro siguiente que pasó de largo. Bien extraño hubiera sido llegar al alargue, a juzgar por lo que había ocurrido. La última imagen de la tarde se coronó con una figura linda: el reconocimiento del público argentino a sus jugadores con aplausos de agradecimiento mientras Francia bailaba su felicidad.
La selección se fue de Rusia entre la resignación y las lágrimas, sin acercarse ni un poco a los planes que el fútbol, se suponía, podía tener entre manos para Messi.
Por Andres Eliceche para diario La Nación 

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