Banderaló, abril 7 - Este texto corresponde a la serie "Cartas desde las Islas", una edición de la correspondencia enviada por 15 soldados y oficiales durante la Guerra de Malvinas. Enviado por Diario Clarín.
“San Julián,
18 de mayo de 1982
Querida familia:
Les escribo para enterarlos de mi vida por la cual ustedes se preocupan y yo muchas veces, por diversas causas, no reparo en ese especial interés.
A través de Norma se habían enterado que estoy en San Julián (Prov. de Santa Cruz). A esta pequeña ciudad llegué el 1 de mayo que coincidió con la gran ofensiva argentina contra los ingleses, los cuales tuvieron que replegarse puesto que el asunto no viene tan fácil como ellos creyeron en un principio. Particularmente no estaba habilitado para el combate pero insistí y logré hace cinco días que me habilitaran.
Quizás ésta no sea una carta común, puesto que la situación es anormal, es por ello que las noticias que les pueda comentar o adelantar no son de las más buenas u optimistas.
El personal de aviadores a pesar de las bajas sufridas posee una moral altísima y plenamente convencidos que en el momento en que actuamos lo hacemos con idéntica eficacia como cuando marcamos con gusto a pólvora nuestro bautismo de guerra, el bautismo del arma más joven pero no por ello ineficiente.
La acción que llevamos a cabo no tiene parangón alguno de la batalla de MIDWAY puesto que fue la última batalla aeronaval librada hasta ahora, en donde las teorías las dejamos por el suelo como así también a aquellos equivocados que pensaban que un barco era invulnerable. Si son invulnerables cuando existe mentalidad perdedora en un pueblo y eso no es precisamente lo que sentimos los argentinos.
La fuerza aérea, prácticamente sola, puso más hombres y materiales en las islas que todo lo que se acarreó hacia las mismas desde la época de Morgan. El esfuerzo ha sido, es y será terrible. Pero atento, no confundirse: una guerra nunca se ganó con todo pues para el logro del éxito final quedarán irremediablemente, a través de las acciones, varios sinsabores, varios golpes bajos que si no estamos bien preparados para soportarlos y recibirlos, las heridas dejadas pueden ser terribles y arrastrarlas a través de toda una historia futura.
Pasando a otra cosa les diré que extraño muchísimo a Norma y a su panza y me gustaría por todos los medios estar junto a ella en estos momentos especiales de nuestro matrimonio; estimo, y en esto tengo fe, que si Dios quiere no pasará mucho tiempo en que solamente yo esté con los míos.
Quisiera también llegar hasta Oliva para estar todos juntos y unidos como siempre tratamos de ser, pero a través de la distancia los tengo presentes en cuerpo y alma, que es un condimento importante para ponerles a todos mis sentidos para que ellos queden bien ocultados.
No me queda más nada que pueda comentarles en una carta, solo darles un beso grande y un abrazo a todos los integrantes de la familia.
Los quiero: Carlos.
P/D: Saludos a todos.”
Una placa de 1981 recuerda el primer vuelo solo del entonces alférez Carlos Julio Castillo a bordo de un Dagger M-5, el avión que pilotearía en Malvinas |
El teniente Castillo a bordo de un Dagger identificado como C-429 |
Carlos Julio Castillo junto a su gran amigo Jorge Bono |
Los hijos de los tenientes Bono y Castillo, Nicolás y Claudio, sostienen las medallas de sus padres en el Museo de Malvinas. |
Su hijo Claudio, a quien menciona como “la panza de Norma” que extraña en su carta, nació un mes después de su muerte.
Norma Re de Castillo y el pequeño Claudio |
Carlos Julio Castillo fue ascendido post mortem a primer teniente. Recibió la Medalla al Valor en Combate, condecoración que reconoce su actuación en la Guerra del Atlántico Sur “por su relevante mérito, valor y heroísmo en defensa de la Patria”.
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