General Villegas (23/07/20) - Clarín entrevista a Patricia Bargero, que vive en la casa donde creció el escritor y custodia su memoria. Ahora escribe un libro en el que va recorriendo su vida.
Dice la nota:
Ella misma ya es un personaje: Patricia Bargero vive en la casa que habitó, cuando era chico, el escritor Manuel Puig. Lo lee y lo relee. Hizo que su nombre fuera apreciado en su pueblo, General Villegas, un pueblo qué el "degradó" en su novela Boquitas pintadas, cuando lo llamó "Coronel Vallejos". Se dice que es "la viuda" de Puig, aunque nunca se cruzaron personalmente.
Pero además de ser una referencia sobre el escritor, hace un tiempo, Patricia Bargero -que es bibliotecaria- escribe cartas. Que tienen que ver con Puig: van contado su vida y haciéndose personajes. Explica ella misma: "siempre que pasaba alguien por esta casa y me preguntaba por Puig y yo les contaba lo que sabía terminaban diciendo que tenía que escribir. Pero mis inseguridades..."
Finalmente, Bargero se animó. Pero iba para otro lado: "En los últimos años estaba trabajado en algo temático donde hablaba de toda su obra, cómo se venían esas cuestiones en el pueblo, y mi vínculo con él. Yo aparecía en un plano menor".
Un día llegó a Villegas Juan Forn: escritor, editor, periodista. Quiso leer. Le dio un consejo: "Tenés que darlo vuelto, hablar de vos, después de vos y de Puig, después de lo que quieras".
¿Sí? ¿Era eso lo que había que hacer? Bargero dudó. Y agarró el teclado pero para contestarle a Forn: "Y pensando una carta en respuesta a Juan se me ocurre esto: '¿cómo hago para contar estas cosas? Mezclando su vida con la mía y lo que él significó y significa para mí. Así empezaron las cartas. Son cartas a él, a sus personajes, a él en distintos momentos de su vida, al niño que vivió en esta casa, al padre, a la madre, a sus primos, a personajes reales y de ficción".
Las cartas -un verdadero recorrido íntimo por vida y obra de Manuel Puig- van siguiendo un orden cronológico. Lo que se cuenta a veces es duro, como la carta 15, que está en proceso en este momento. "Algunas son dolorosas: la 15 trata sobre el abuso que sufrió en la escuela a los 10 años. Entonces me lleva mucho tiempo. Pero bueno, ahí estamos, llevando a papel ese diálogo que ya venía teniendo".
Aquí, la carta número 5.
¡Hola amigo! ¿Cómo estás? Yo acabo de escribirle una carta a tu padre. Necesitaba agradecerle por aquella tarde inicial en la que te ayudó a perder el miedo a la oscuridad y amar el cine para siempre.
Me detengo en lo que debe haber sido, a los tres años y medio, ver La novia de Frankenstein desde la sala de máquinas, en sus brazos. A partir de ese momento, lo dijiste muchas veces, el cine se convirtió en tu mundo verdadero, el único que en realidad contaba, y sentías que tarde o temprano llegaría a vos para rescatarte de esta aridez en la que habías caído.
Me gustaría ahondar en lo que sucedió dentro de vos esa tarde. Seguramente se te mezclaron el miedo y el goce, aunque sospecho que en medio de esas tensiones hubo un momento especial que debió abrirte una puerta para siempre. La cabaña del bosque. El encuentro entre el monstruo y el ermitaño ciego.
Tu amigo Alfredo Gialdini me habla de tu cine en sus cartas, esas escritas en hojas grandes de cuaderno y llenas de notas en los márgenes o al pie. Mi vínculo con él se inicia a través de tu prima Bebé, cuando me pongo en contacto con ella para recabar información sobre lo que vos mirabas durante tu infancia.
Por ese tiempo yo andaba con la idea de escribir sobre el tema y junté mucho material, pero jamás escribí una línea. Bebé intenta ayudarme, lo invita a su casa a tomar el té y hablan largas horas. En alguna de esas reuniones él cree que ella será incapaz de transmitirme lo que está explicando, toma el cuaderno y se pone a escribir.
Tengo sólo dos cartas de él. Esa de ocho y otra de doce carillas. A veces lo llamo por teléfono. Está trabajando en una tercera carta, que nunca llega a enviarme.
Quiero compartirte algunas cosas. Cuando habla de nuestro primer encuentro recuerda que nos presentaron en el Borges, durante una jornada hecha en tu homenaje, pero dice algo más. Siente que ya me conocía, que nuestro vínculo viene desde más lejos. Bebé, en sus mails, me dice algo similar. Me gusta pensarte a vos moviendo los hilos para provocar el encuentro.
Me da tanta ternura releer sus cartas. A medida que avanza imagina diálogos con vos: “M. P.: ¿no le avergüenza, a usted terminar su letter con SEMEJANTES TRAGEDIAS? ¿no se 'anoticia' de que está comunicándose con PATRICIA, nuestra deliciosa amiguita? Y bue, para contrarrestar mándese unos pasitos a lo George Gershwin, o también un poquito de Singing in the rain de Gene Kelly, si es que le dan 'las tabas' a sus años!”.
Antes de esto él me describe lo que vos llamabas “momentos de éxtasis”, escenas de cine conmovedoras en las que la música cobra una vital importancia, pero de un modo inusual, como contrapunto al tono de la escena. Te lo transcribo: “Se trataba de una expresión muy frecuente en el Coco de entonces, se refería a esos momentos en los cuales parece uno arrancado de aquel 'NO ESTAR' borroso y habitual. Momentos que NOS SACAN, como incorporándote a otro espacio, fabricado con un material no contaminado".
* La Bestia Humana, Jean Renoir. Vista juntos en Buenos Aires, un contrapunto entre dos tonos opuestos. Luz y sombra. Claroscuro. LAS MANOS (enormes) de un Jean Gabin joven, ESTRANGULANDO –LENTAMENTE– el delgado y largo cuello de una Simone Signoret ya agonizante. Manos y cuello de un blanco provocativo. Como entorno, la sombra profunda del cuarto. A la izquierda una ventanita alta y estrecha por la que entra el “alumbrado” de la noche, LA MÚSICA, un valsecito tan vulgar –y célebre– como el cuarto. Otra vez el enfrentamiento. LA MAGIA.
* El cielo sobre el pantano, Augusto Genina. La vimos EXTASIADOS. En una barca pobre y a la rogada, envuelta en los vahos de un pantano, los familiares de la futura santa MARÍA GORETI (¿Conocés su historia? VIVIENDO LO DE VILLEGAS recemos con ella) recitan, en clima de total angustia, por la aparición de la desaparecida niña. El Ave María y el Padrenuestro orados con fervor, voces maravillosas… Nos observamos apenas concluida la escena y comprobamos -con asombro- cada uno las LÁGRIMAS rodando en las mejillas del otro”.
Cuando se refiere a “viviendo lo de Villegas” hace alusión a los tres adultos que en 2010 abusaron de una menor, filmaron el abuso y lo difundieron por las redes sociales. El hecho nos golpeó a todos. Ya tendremos tiempo de volver a eso. El caso se conoció a nivel nacional y gran parte del periodismo te citó a vos mientras lo analizaba.
Esto es puro extravío. Yo, que soy de perderme en los relatos, me encuentro justo hoy con las cartas de Alfredo. Quiero volver a la cabaña del bosque de la primera película que viste en tu vida.
El monstruo ha sobrevivido a varios ataques, lo han tomado prisionero, pero logra huir y deambula sin rumbo. Está cansado y hambriento, herido por el fuego. Escucha una música que viene de lejos, suena desde un violín el Ave María de Schubert ¿Es ese tu primer momento de éxtasis?
Vos contás alguna vez que el mundo de Norma Shearer, Greta Garbo, donde triunfaba la sensibilidad, la bondad, el sacrificio era un espacio de descanso para vos, lo máximo a lo que podías aspirar, y bastaba con que las luces de la sala se apagaran para que ese universo te fuera dado.
El monstruo se deja llevar por la música, llega hasta la cabaña del ermitaño ciego, que le da la bienvenida y cuando descubre que está herido lo hace entrar, lo alimenta y le enseña a decir sus primeras palabras: pan, vino, amigo. El ermitaño es el verdadero Creador en esta historia. No el doctor Frankenstein ni Pretorius, que sólo juegan a ser Dios. El viejo ciego, que recibe al monstruo y lo humaniza.
A partir de esta película vos encontrás tu propio paraíso. Cuando empiezan las clases de religión sentís que ya tenés un Cielo, mucho más real, en el que se premia el bien y condena el mal, lleno de santas en el que reina con todo esplendor Norma Shearer. No necesitás el catecismo, tu necesidad de fe, de adoración ya está colmada.
Hablando de monstruos y dioses, dejame contarte un sueño que tuve hace unos días. Prestá atención, porque te involucra: Entro a un edificio, voy por un pasillo que da a numerosas salas. Me detengo en la primera. Parece un salón de clases. Me sorprende la nena que habla, tiene a todos concentrados en ella. También me siento atraída. Me mira a los ojos, embelesada con su propio relato, y avanza, como el flautista de Hamelin, llevándose con ella a todos los que la rodean. Cuando pasa a mi lado te reconozco. Esa nena sos vos.
En el segundo espacio hay frutos. Apoyo algunos en mi falda y los empiezo a partir, me sorprenden los sabores y lo fácil que se desprenden los gajos. Los pruebo sólo por curiosidad y veo que a medida que arranco unos se generan otros. Me digo “esto es el Paraíso”. Lo extraño es que estoy sola ahí, dando vueltas por esas salas, descubriendo como una revelación que estoy en un Paraíso solo para mí.
Un hombre entra y se detiene ante una exposición de juguetes antiguos que hay en un rincón. Miro el juguete en el que se demora. Es una composición de muñecos de lata. Hacia un lado hay una cara rectangular, alargada, y frente a ella un brazo mecánico levanta a un hombrecito por el forro del culo. Miro al hombre que observa. Sos vos, que girás y me decís riendo: “Es Dios descartando a los cuerpos inválidos”. Yo largo una carcajada. Nos sentimos muy a gusto allí, uno junto al otro, observando.
Eso es todo.
Un sueño extraño en el que me gusta refugiarme. Un abrazo, la confirmación de un deseo. La seguridad de saber que estamos juntos, en algún Paraíso, riéndonos a carcajadas, con esa complicidad de obligados compañeros de trinchera. Esa es nuestra cabaña, en la que nos reímos de un dios de hojalata dedicado a descartar cuerpos como los nuestros, mitad monstruos, mitad ciegos.
PK